martes, 6 de julio de 2010

Vida sentimental

Llegué a la Iglesia el día de los enamorados, el 12 de junio de 2004. Estaba sintiéndome completamente rechazada y humillada. No era para menos. Mi novio de aquel momento había terminado la relación conmigo aquel día.

Creo que para la mayoría de las personas el día de los enamorados representa un día de sueños, expectativas, declaraciones, etc. Para mi también lo representaría sino fuese el fin de mi relación. Maldije ese día.

Me quedé tan aturdida y herida, que dije que nunca más miraría ese día con alegría. Para mi, en los próximos años, en verdad, representaría tristeza y humillación, por recordar el tremendo “fuera” que recibí en pleno día de los enamorados.

En aquel año, el 12 de junio cayó sábado. Resolví entonces ir a la Iglesia Universal para participar de la reunión de la Terapia del Amor. Estaba muy deprimida. Aún así, conseguí tener fuerzas para ir a la iglesia. Sabía que allí tendría alguna respuesta para todo lo que me estaba pasando.

Al comenzar la reunión, el pastor pidió que todos los que estaban pasando por algún problema sentimental fuera hasta delante del altar. Fui sin dudar. En el momento de la oración, sentí fuertemente que Dios me estaba abrazando; esto es, consolándome. En este instante le dije a Dios que nunca más iba a querer saber de tener algún compromiso con alguna persona que no fuera Él.

Al sábado siguiente, ya estábamos en la Hoguera Santa. En unos pocos más, fui aprendiendo sobre la campaña. A pesar de saber que había sido cambiada y rechazada, tenía esperanzas de que mi ex novio volviese conmigo, aún no sirviéndome.

Hice mi sacrificio y mi pedido. Con el pasar de los días no vi ninguna respuesta. Pero, en vez de quedarme triste o resentida con Dios, Le agradecí por no concederme lo que le pedí. Contenta, sólo Él sabía lo que me esperaba. Sea bueno o malo.

Continué perseverando. A esa altura ya no alimentaba más ningún sentimiento por aquel muchacho. Perseveré en las cadenas, en la evangelización y, principalmente, en la fe. Fue cuando llegó la siguiente Hoguera Santa.

En este momento, sintiéndome más madura espiritualmente hablando, decidí dejar a cargo de Dios mi bendición sentimental. Me acordé de lo que dijo la Sra. Ester, en una prédica que hizo en la Catedral de Río de Janeiro, cuyo mensaje estaba escrito en la Folha Universal de aquel año. Ella dijo que no teníamos que preocuparnos con la apariencia física de nuestro/a futuro/a amado/a y sí, que pidiéramos a Dios que Él preparase la persona correcta para nosotros. Y que esa persona, además de tener dentro de sí la intención de hacernos feliz, que encajase con uno.

Allí estaba la solución que tanto buscaba en mis oraciones. El día de mi sacrificio, le pedí a Dios exactamente esto que había leído. Sacrifiqué y esperé convencida de que recibiría mi respuesta tarde o temprano.

Mire lo que sucedió conmigo. La Hoguera Santa sucedió en enero, en aquel año de 2005. Conocí un muchacho que siempre se sentaba cerca de mí y nunca lo había visto (y viceversa), en febrero. Comenzamos a noviar algunos meses después. Y en el día 12 de junio de 2005, o sea, exactamente un año después de llegar a la iglesia, arrasada y mal, Dios levantó mi cabeza, levantándome para Su obra. Dios me honró tanto y fue tan bueno conmigo, que hizo eso sólo par convertir aquel día tan triste para mi, en un día de mucha felicidad. Un año después me casé y hoy soy muy feliz. Tal vez no exista nadie que encaje tanto conmigo como mi esposo.

Creo realmente que cuando nos sacrificamos y sacrificamos a Dios, Él nos honra. No importa el tiempo, porque para el Dueño del Universo, el tiempo es lo que menos importa. Sinceramente, no imaginaba ser respondida en mi vida sentimental, al mes siguiente a la Hoguera.

Tal vez esa ha sido la razón de haber sido bendecida tan rápidamente: no estaba esperando. Mejor dicho, dentro de mi no había lugar para la ansiedad. Tenía absoluta certeza de que mi bendición vendría. Y eso me hacía feliz. Sabía que no sería, de ninguna manera, desamparada.

Es eso lo que Dios hace: cuando no nos preocupamos en recibir una bendición, a pesar de desearla tanto, Dios nos la da bien rápido. Creo que es porque Él no quiere que nada tome Su logar en nuestro corazón.

En la fe.
Jaqueline Correa.

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