jueves, 24 de junio de 2010

La intimidad de la pareja


Hemos recibido varios e-mails de maridos desilusionados con sus respectivas esposas. Según ellos, cuando eran incrédulas, eran mucho más mujeres que después de convertidas. Parece que el nuevo nacimiento las hizo “apagarse” sexualmente.

Está hasta quien reclama que el acto conyugal no ha ocurrido con tanta frecuencia como antes. Tengo certeza de que el diablo está adorando esta situación, pues nada es más nocivo al matrimonio que los desencuentros en un lecho inmaculado.

Por experiencia propia puedo afirmar que el futuro de un matrimonio feliz está en la cama. La pareja puede estar llena del Espíritu Santo, pero si no tiene una vida sexualmente activa, difícilmente serán fieles el uno al otro.

El acto conyugal dentro del matrimonio es como el alimento cotidiano del cuerpo físico. Y no sirve de nada que alguien quiera contrariar esa naturaleza humana porque el apetito sexual es como el apetito alimentario; ambos forman parte del cuerpo humano que Dios mismo creó. Claro, existen ciertas excepciones, como el caso de los eunucos. Pero, en regla general, no hay como omitir o fingir que no se tiene.

Yo sé que en el medio evangélico existe una tremenda hipocresía en cuanto a este asunto. Muchos colegas de otras denominaciones han considerado al acto conyugal como algo carnal y hasta demoníaco, como si el sexo hubiese sido creado en el mismo infierno. Y esa ignorancia ha sido divulgada entre los convertidos, a tal punto de que muchos están dejando de lado sus obligaciones para con sus respectivos maridos y esposas.

Si el acto conyugal es una carnalidad o cosa demoníaca, entonces mi mujer y yo somos carnales y carecemos de liberación. Además, puedo confesar que cuanto más nos relacionamos sexualmente más quedamos agarrados y dependientes uno del otro.

La verdad es que la falta de fe aliada a la inteligencia ha hecho a la mayoría de los cristianos verdaderos fracasados a partir de su propia vida familiar.

Incluso el otro día alguien me escribió, diciendo: “Estoy casado hace 23 años, me gusta mi esposa y me siento muy bien con ella en todo momento. Ella me es sexualmente muy atractiva y no siento rechazo o falta de deseo por ella. Pero, confieso que mi vida sexual deja mucho que desear. Mientras siento necesidad de 2 a 3 relaciones semanales, mi esposa se siente satisfecha una vez por mes. Si le pido más que eso, ella, después de una tonelada de disculpas que ya conocemos, hasta me atiende, pero con total desinterés. Mi esposa es una obrera bendecida, llena de virtudes, que sólo una persona que es muy de Dios posee… Ella cree que el sexo es una cosa ruin y sucia delante de Dios. Eso ha convertido nuestra relación en un verdadero desastre, porque yo estoy siempre insatisfecho y no lo puedo esconder… Eso me provoca un trastorno muy grande, pues, según lo que aprendemos, no debemos anhelar las cosas pasadas, cuando éramos del mundo, pero yo añoro mucho (mucha de verdad) de nuestra vida sexual antes de nuestra conversión, además de estar siempre insatisfecho, lo que me lleva, muchas veces, a desear otras mujeres, aún sabiendo que esto no es correcto”.

Me quedo pensando en lo que esta obrera debe orientar cuando una esposa llega y le cuenta la misma situación en relación a su marido. Ella quiere, pero él no.

El apóstol Pablo orienta claramente al respecto, cuando dice:

“El marido cumpla con la mujer el deber conyugal, y asimismo la mujer con el marido. La mujer no tiene potestad sobre su propio cuerpo, sino el marido; ni tampoco tiene el marido potestad sobre su propio cuerpo, sino la mujer. No os neguéis el uno al otro, a no ser por algún tiempo de mutuo consentimiento, para ocuparos sosegadamente en la oración; y volved a juntaros en uno, para que no os tiente Satanás a causa de vuestra incontinencia.” (1 Corintios 7:3-5)

El Señor, a través de Salomón, enseña lo siguiente con respecto al acto conyugal entre marido y mujer:

Después de exhortar al hijo a obedecer Su Palabra y advertirle con respecto a la mujer adúltera, Él dice:

“Bebe el agua de tu misma cisterna, y los raudales de tu propio pozo. ¿Se derramarán tus fuentes por las calles, y tus corrientes de aguas por las plazas? Sean para ti solo, y no para los extraños contigo. Sea bendito tu manantial, y alégrate con la mujer de tu juventud, como cierva amada y graciosa gacela.

Sus caricias te satisfagan en todo tiempo, y en su amor recréate siempre. ¿Y por qué, hijo mío, andarás ciego con la mujer ajena, y abrazarás el seno de la extraña?” (Proverbios 5:15-20)

Note que el agua aquí simboliza el acto conyugal; las cisternas y los raudales del pozo, la esposa. “Sean para ti solo, y no para los extraños contigo” significa decir que si él no le da atención a ella, ¡otro se la dará!

“Sea bendito tu manantial… Sus caricias te satisfagan en todo tiempo… en su amor recréate siempre.” Son términos profundamente fuertes en la expresión del acto sexual entre los casados.

Llama mucho la atención el acto de “embriagarse” de amor. ¿Y qué es lo que usted, mi querido evangélico, tiene para decir de esto? Y usted, obrera desalmada, ¿qué tiene para decir de estas palabras de la Biblia?

¿Su lecho continuará dividido para darle una oportunidad al diablo de tentar a su marido?

Sepa que si él cae en tentación, usted será connivente.

Dios abra los ojos de todos. ¡En Nombre del Señor Jesús, amén!

Dios los bendiga abundantemente.

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